Cristina Grao

La filosofía de los optimistas

“Cualquier tiempo pasado fue mejor” recitaba con lamento el poeta Jorge Manrique, y añado con permiso del genio castellano: creíamos que fue mejor aunque no lo era. Nostalgias canta el tango pero muchas veces este sentimiento responde a un filtro idealizado de un pasado conocido y reconfortante, lo que hoy conocemos como zona de confort.

Un anhelo ancestral que ya los griegos y filósofos reconocían, porque sin duda aún es más fácil ser pesimista que optimista. Solo basta escuchar la propia naturaleza tendente a un estado de alerta gracias a cualquier señal sensorial que nuestra amígdala detecta. Resulta más fácil seguir la corriente y no parecer un loco Quijote de turno.

Pero si bien requiere un mayor esfuerzo el ser optimista, al menos resulta más saludable. En este sentido comparten los psicólogos la mejor forma de superar los desafíos. El primer paso es mirar hacia el futuro con esperanza y sin recelos.

Cuando hablamos del ser optimista no hay que confundir con la ola de libros de
autoayuda o mensajes Mr. Wonderful.

Se trata del “optimista racional” – que acuñó el divulgador científico Matt Ridley – y pone los pies sobre la tierra de los increíbles avances acontecidos en el último siglo, o sin ir más lejos en los últimos 20 años.

Desde En Positivo podemos leer cada día que los acontecimientos positivos, las soluciones a los problemas, no son hechos aislados sino que forman parte de nuestra realidad cotidiana no tan promocionada. Y si la realidad nos desmiente tal negativismo ¿Por qué seguir siendo unos cínicos?

Gran parte de nuestra forma de ser se vincula a nuestro pensamiento “somos lo que pensamos”. Luego podemos hacer el esfuerzo de reaprender a pensar; cultivar el elogio, la alegría y esperanza en vez de la crítica, temor y culpa.

Muchos de los grandes filósofos abiertamente pesimistas como Schopenhauer o Kierkegaard desgranaban esta parte oscura del ser humano. “La filosofía sirve para entristecer” decía Gilles Delleuze. Enfrentarnos a nosotros mismos implica descubrir las sombras, pero también las luces.

En ese acento luminoso cada vez más académicos y filósofos se atreven a mostrar la otra cara de una visión más amable del mundo y el ser humano. Ya en cierta forma Darwin con sus ideas evolucionistas daba sentido a las imperfecciones en un mundo de cambio y equilibrio.

Entre las lecturas recomendadas el sistema racionalista de Leibniz donde “el mundo es el mejor de los posibles” e incluso lo negativo juega por la armonía, o el trascendentalismo de Ralph Waldo Emerson que promulga el contacto del ser con la naturaleza para fortalecer su intuición.

En nuestro tiempo contemporáneo también otros reputados divulgadores, más académicos o científicos se atreven a desarrollar las tesis optimistas. Como “La fuerza del optimismo” del psiquiatra Luis Rojas, “Viaje al optimismo” de Eduard Punset o “El optimismo inteligente” de María Dolores Avia y Carmelo Vázquez.

Alimentarnos de esta sabia positiva no es solo constructivo para romper por fin con un patrón conductual, sino también para alentar el mérito a las generaciones próximas.

Si aprenden que las cosas pueden mejorar, se esforzarán para que así sea.

Cristina Grao
Fuente original: En Positivo